Una devoción, un destino

Cada junio, desde hace varios años, El Observador dedica sus páginas a recordar la devoción y la consagración al Sagrado Corazón de Jesús.  En México, su consagración cumple 104 años.  Nunca tan pertinente resulta demostrar que somos sus hijos devotos, ya que nuestra Patria –en vilo por las apuestas del poder—puede ser salvada si, de verdad, lo adoramos, lo llevamos a la urna… y más allá.

“Una devoción es un estímulo que dirigiéndose a la inteligencia y al corazón permite al hombre dar a Dios el culto que le es debido, no solo con la exactitud y la puntualidad que requiere la más elemental justicia, sino también con aquella libertad alegre y gozosa prontitud que exige el amor” (P. Monier-Vinard).

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una práctica pía.  Es entender el bien que se esconde en el mundo, trabajar con él y libremente luchar porque se convierta en civilización, en cultura, en modo de vida.  Por lo tanto, en acción de transformar la política.

Para nadie es un secreto lo que se juega México el 1 de julio.  La polarización, la división, la violencia verbal y física nos han tomado por asalto.  Es un buen momento, el mejor de todos, para que los mexicanos asumamos la responsabilidad de votar por el bien posible, aunque sea modesto, y no por el mal menor, aunque parezca necesario.  Es poner inteligencia y corazón en el futuro del país.  Tenemos como aliado al Sagrado Corazón de Jesús.  Que él nos perdone, que sea nuestro Rey.  Que nos de valor suficiente para entronizarlo en lugar de entronizar al “me conviene”.

¿Cómo?  Enseñándonos a ver por los demás, como él ve por nosotros. Pidiendo prestados los ojos a su Madre santísima, a Guadalupe.