Imposible que no se nos ponga la «carne de gallina» al saber los infortunios de la joven veracruzana Ángel de María Soto Zárate, víctima de una red internacional de tráfico de drogas, que utiliza inocentes como portadores de cocaína y drogas.
Ángel de María pertenece a la Comunidad Incienso de Dios en Xalapa, Veracruz. Tiene 24 años y es profesora. Ahorró 11 meses para ir a la Jornada Mundial de la Juventud. Quería ver, tocar, inundarse del Papa Francisco. Su sueño se truncó cuando, en la escala en Lima, le robaron su pasaporte. Tuvo que regresar a la ciudad de México. En el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, le dijeron: «Esta maleta es suya porque viene a su nombre». Ángel de María les dijo que no, que para nada era suya. Las «autoridades» insistieron. Cuando pudieron, la arrestaron porque traía 10 kilos de cocaína. Con la velocidad del rayo, la pusieron en un avión y la mandaron a Nayarit, a un penal de alta seguridad.
Luego, la PGR se desistió; se dio cuenta de la enorme injusticia que se había cometido. Eso sí, empujada por una protesta mundial, a través de las redes sociales católicas, cuyo lema fue viral en pocas horas: «liberADME». Hoy, hasta el gobernador de Veracruz le ayudó a cumplir su viaje. Pero lo que queda es un sentimiento de escalofrío. A cualquiera de nosotros nos puede pasar. Y cualquiera se puede enfrentar a la impunidad, al horror del desvarío de funcionarios corruptos, bandas de delincuentes y manga ancha de quienes son encargados de cuidar de nosotros. Dios quiso que Ángel de María fuera asistida por miles de católicos en el mundo. Pero: ¿y si no hubiera pedido un S.O.S. desde su celular? Seguiría limpiando baños en un Cefereso.
Publicado en El Observador de la Actualidad