Este fin de semana, con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI, se lleva a cabo el Encuentro Mundial de las Familias en Milán. Un Encuentro con mucha miga: nunca como ahora la familia ha sido atacada como si se tratara de la peste. Y nunca como ahora tenemos que dar, los católicos, una respuesta contundente al mundo secularizado: si no hay familia no hay futuro.
Coincidiendo con el Encuentro, comienza a circular un libro de Benedicto XVI. El nombre viene de una distinción fundamental: El amor se aprende. Y digo fundamental, porque ahora tenemos la peregrina idea de que el amor «se siente». Y que si no se «siente», no es amor. Así, es obvio que a las primeras de cambio, por «incompatibilidad de caracteres», las parejas se divorcien al mes de casadas… Decía Chesterton, (quien escribió La superstición del divorcio) que la mentada «incompatibilidad de caracteres», antes que ser causal de divorcio era causal de matrimonio prolongado. Nadie es igual al otro en carácter. Y es por la diferencia por la que se produce el vínculo humano. Claro: con la (utópica) igualdad uno no tiene que salir de su zona de confort. Con la diferencia, sí.
El tema de la familia es el tema del aprendizaje del amor. En la resistencia, en el sacrificio, en la renuncia, el amor se aprende. Jamás ha sido posible un amor al otro cuando todo es miel. Eso es ficticio, un error gigantesco: la mejor manera de echar a perder una relación cristiana: Jesús no perdonó a la mujer adúltera sin más. Le exigió que no siguiera pecando.
El Santo Padre alerta a las familias —en este libro y siempre– a seguir viviendo el ministerio (y el misterio) del amor. Como reflejo del Amor del que lo dio todo por nosotros. Porque la familia ya no está de moda. Ahora están de moda los «singles», los solitarios, los que se sobran y se bastan a sí mismos, sin darle cuentas a nadie: ni a Dios mismo.
Publicado en El Observador el 3 de junio de 2012