Criollita

En lo más duro de la guerra de Independencia, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776 – 1827), llamado «El Pensador Mexicano», en memoria del nombre que tuvo su primer periódico y de la pasión que puso en educar a la gente del pueblo, escribió un soneto en el que pide a la Virgen de Guadalupe que interceda por la paz en México.

Pocos creerían que Fernández de Lizardi pudiera llegar a tal grado de ternura para con la Guadalupana. Yo tampoco lo creía, hasta que, en medio del trabajo de investigación para la antología que pronto –Dios mediante—daré a la imprenta sobre poesía religiosa de México, me topé con este soneto:

Bendita seas, sagrada Aurora hermosa;
bendita seas, del Padre hija divina;
bendita seas, del Hijo madre divina;
bendita seas, del Paracleto esposa;

bendita seas, Ester siempre piadosa,
por quien el sacro Asuero el cetro inclina;
bendita seas, Judit amable, fina,
que libras a tu pueblo generosa;

aplaca, madre tierra, los enojos
de tu Hijo sacrosanto la ira insana
y la discordia cruel queden despojos

de tu gran protección, bella serrana.
Envía la paz, Criollita de mis ojos,
envía la paz, Ester Guadalupana.

La comparación de la morenita del Tepeyac con Ester –aquella muchacha que intercedió ante su esposo, el rey Jerjes-Asuero, para que no persiguiera y eliminara al pueblo hebreo—es muy bella. Pero más bella es la figura de «criollita de mis ojos». Denota un amor y una ternura de un creyente en Dios, enamorado de la Virgen y sabedor que Ella es la dadora de la identidad de México.

Hoy necesitamos otro Fernández de Lizardi, otro «Pensador Mexicano», que nos recuerde que esa «criollita» es la única vía de la concordia, porque es bendita de Dios, piadosa, amable y generosa Madre de todos nosotros. No sé, sinceramente no lo sé, si el movimiento de Javier Sicilia pudiera abrazar tan noble finalidad. Pero de lo que estoy seguro es de que o somos los católicos los que nos apuntamos a la conversión, de la mano de Guadalupe, o a mi país se lo lleva el tren.