La familia y la batalla por la cultura: cambiar nuestros oídos de piedra

El profesor de filosofía del Boston College, Peter Kreeft, publicó un libro cuyo nombre es muy sugerente: How to win the Cultural War.  A Christian Battle Plan for a Society in Crisis (Cómo Ganar la Guerra Cultural.  Un Plan de Batalla Cristiano para una Sociedad en Crisis).[1]

En él propone nueve cuestiones a tener en cuenta, si de verdad queremos ganar cualquier tipo de guerra (en nuestro caso, la guerra de la cultura dominante, del smartphone a todas horas y a todas las edades) por el bien de la familia, y nueve cuestiones si queremos perder la batalla y hacer pasar por encima de nosotros la cultura digital precoz:

¿Qué es lo que tenemos que tener en cuenta?

  1. Que estamos en guerra
  2. Que sabemos quién es nuestro enemigo
  3. Que sabemos qué tipo de guerra es la que estamos llevando a cabo
  4. Que entendemos bien el principio básico de esta clase de guerra
  5. Que conocemos la estrategia de nuestro enemigo
  6. Que tenemos idea clara de cuál es el principal campo de batalla
  7. Que poseemos un arma que puede hacer caer al enemigo
  8. Que estamos en condiciones de manejar esa arma
  9. Que reconocemos el por qué debemos nosotros ganar la guerra

¿Qué nos llevaría al fracaso?

  1. Si, inocentemente, zurcimos banderas de paz en el campo de batalla
  2. Si no sabemos con quién estamos peleando
  3. Si no tenemos ni idea en qué tipo de guerra estamos involucrados
  4. Si no sabemos las reglas básicas de la batalla
  5. Si no conocemos el plan de batalla del enemigo
  6. Si mandamos las tropas a un campo de batalla equivocado
  7. Si utilizamos el armamento equivocado
  8. Si no sabemos cómo obtener el armamento correcto
  9. Si no confiamos en la inevitable victoria

La guerra que estamos enfrentando en las familias es la de la cultura que supone a la familia como estorbo medular de “la libertad”.  Lo que éramos y nos daba cierto nivel de cohesión comienza a secarse.  Las encuestas sobre valores indican un alza del valor del sexo y una baja del valor de la religión; la buena situación económica (personal) contra la ayuda entre hermanos; en fin, de la salud por encima del amor, el comercio sobre la moral y un largo etcétera.

El promedio de lectura es de uno y medio libro por mexicano anualmente.  Las estrellas de la farándula se mantienen en el liderato de la popularidad y son las que pautan no sólo la compra de ropa sino la elección de pareja, del tipo de relaciones, de las ofensas y las desobediencias a los padres, de la correspondencia entre derechos y deberes.  Con una sociedad analfabeta funcional, ¿cómo podemos enfrentar el tsunami que se ha forjado en contra de la propia familia?

En una bellísima anécdota el poeta español Federico García Lorca decía que si a él le fuera concedida la calamidad del hambre, saldría a la acera a pedir.  Y que su petición sería que le dieran “medio pan y un libro”.  Hay que recoger ese pregón.  Hay que hacerlo con quienes nos lo piden.  Y con quienes no lo saben hacer, pero lo desean vivamente.  Hay que ganar la batalla cultural desde la propia cultura.  También, desde la propuesta constante al Estado para que garantice, mediante políticas públicas concretas, el desarrollo cultural de la sociedad, frente al desarrollo comercial del mercado.

Existe –no lo podemos ocultar ni minimizar– un sistema de medios informativos cada día más complejo, que ha contribuido a que el oído de la persona, del grupo, de la familia se endurezca, y ya no se escuchen las respuestas de la cultura, en el sentido de formar una sociedad natural, perpetuarla, honrarla, mimarla en su inmenso valor como transformadora de vidas.

Según el Papa Emérito Benedicto XVI, ésa es la tragedia de Occidente: que tenemos el oído hecho piedra (quizá como defensa ante tanto ruido).  Y quien no oye, no entiende.  Y quien no entiende, no obedece a sus padres, a sus maestros, a su autoridad, a Dios mismo.  Quien no oye está solo.  Aunque este en compañía, en medio de la multitud, de la red social, del chat, del vocerío infinito.

[1] InterVarsity Press.  Downers Grove, Illinois, 2002, P. 12

Publicado en El Observador de la actualidad