La televisión, los moretones y sus medallas de oro y plata a los 31 años de edad, una edad “avanzada” en estos Juegos Olímpicos en los que la medicina deportiva ha hecho que jóvenes de 19 años, o de 15, casi niños, sean los protagonistas, pusieron al nadador estadounidense Michael Phelps en la cumbre de las menciones en redes sociales durante la primera parte de Río 2016.
Muchos incautos, alebrestados por los comentaristas de televisión que en Phelps ponían un énfasis como si “el Tiburón de Baltimore” fuera su primo, advirtieron que la disque terapia llamada “cupping” los iba a hacer si no campeones del mundo, sí más vigorosos, más resistentes y tener mejores cuerpos. El culto al cuerpo en su máxima expresión. Y el mercado de productos milagro, a la caza de esta oportunidad.
Phelps puede ser un ejemplo a seguir en muchos aspectos. Se levantó de las drogas, del alcohol, de las parrandas, de la introspección enfermiza, del alejamiento del padre, del enojo de su entrenador, del hartazgo de llevar una dieta de casi 4,000 calorías diarias con 8, 10, hasta 12 horas de entrenamiento… Su tesón es admirable. Pero el tema del “cupping”, como si fuera un elemento a considerar en la vida de los atletas de alcoba, es una tontería.
Tontería alimentada por los mercachifles de la comunicación de masas. Prometen que esta disque terapia de succionar la piel con ventosas —que viene de los tiempos del ruido en China— mejora la circulación, alivia los dolores musculares y activa el sistema inmune, entre otros múltiples beneficios cuando, en realidad, es un simple e inocuo placebo.
Para los deportistas como Phelps puede ser una gran entrada de dinero, o simplemente una práctica más dentro de las muchas que llevan a cabo para poder rendir al cien por ciento en la piscina o en las pistas, pero para muchos otros, la mayor parte, solamente significará una salida de dinero y una desilusión más. ¿Es esto ético? Pero, ¿cuándo la mega publicidad se ha detenido a pensar en la ética?
Publicado en Revista Siempre!
