Libertad de expresión

charlieEl debate sobre los alcances y los límites de la libertad de expresión tuvo que ser con sangre. El asesinato de caricaturistas y redactores de “Charlie Hebdo” abrió la caja de Pandora occidental sobre temas que van desde la tolerancia hasta el renuevo de la doctrina de “la solución final”. La mega marcha del fin de semana pasado en Europa puso el derecho fundamental de la libre expresión de las ideas en el punto más alto. Con una salvedad: lo que el semanario satírico francés difunde no son ideas, sino caricaturas y burlas. Difunde ácido corrosivo que toca a todos y ofende a muchos en su dignidad.

Me refiero a una experiencia personal. Se me ocurrió escribir una nota en la agencia internacional de noticias en la que trabajo sobre el comunicado emitido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, organismo dependiente de la OEA, en la que, a mi juicio de forma muy clara, defiende el derecho a la libertad de expresión que ampara, incluso, a semanarios satíricos como el parisino. Y razonaba yo, en otra nota, también colgada en Internet, que si uno mutila o rebaja un derecho, al ratito no salimos del estercolero en que están metidas las sociedades a las que les importan un pepino los derechos humanos fundamentales.

No se imagina usted, amable lector, la andanada de comentarios que me cayeron encima. Uno me llamó poderosamente la atención. Decía que los asesinos de esas doce personas “antes bien se había tardado” en ejecutarlos como lo que son: unos agitadores blasfemos.

Mi respuesta fue genérica: dije, con toda claridad, y lo sostengo, que entre una sociedad que respete el derecho a la libre expresión y una que los mutile al antojo del poder, me quedo con la primera con los ojos cerrados. Y no es que deba respetar los excesos, sino que debe poner a la mano de quien se sienta ofendido en su derecho y en su dignidad por publicaciones burlonas, agresivas o blasfemas, los instrumentos necesarios para poder demandar, para poder inconformarse, incluso, para evitar más su circulación tal cual, puesto que dañan a terceros. En el caso de las democracias occidentales, estos mecanismo existen. Y la gente ofendida, bien podría ocuparlas. También los estados bien harían en difundirlas.

Publicado en Revista Siempre!