Radicales

papafranciscoenasisPara Vanessa y Francisco, que Dios los acompañe y los bendiga

En Asís, el Papa Francisco –como Aquél de quien es Vicario en la Tierra—se llenó del Espíritu Santo y nos hizo sentir –como Aquél de quien es sucesor—que ahí estaba muy bien, que lo mejor sería levantar una tienda y vivir entre los suyos.

Los «suyos» son los pobres y los enfermos.  A los primeros los oyó con el corazón partido.  A los segundos los acarició y dejó que lo acariciaran.  Son los que lo hacen sentir a gusto y encender la hoguera del lenguaje.  Los «pobrecillos», como San Francisco: esos que se han despojado de todo, para vivir la desnudez del Evangelio, la radicalidad de quien nada del mundo tiene y que solamente a Dios tiene.  Que tiene todo.

Son demasiados los gestos como para resumirlos.  Pero se me viene a la mente una frase de Jean Guitton, el gran amigo e interlocutor de Pablo VI: «silencio sobre lo esencial».  En nuestro mundo, tan cargado de habladurías, casi nadie habla de lo esencial.  Sobre lo que nos constituye como hermanos unos de los otros.  El gran Francisco de Asís se despojó de los vestidos para hablar desde la radical condición de enamorado.  El Papa Francisco, en Asís, nos habló del silencio sobre las heridas, sobre las llagas de Jesús.  Demasiado hablamos de Él.  Vamos, ahora, a hablar bajito y altísimo con Él.  ¿Dónde?  En la Iglesia, en las periferias, en donde sea que haya pobres y enfermos.  Pobres de dinero y de corazón.  Enfermos de la carne y del alma.

A todos nos toca hacer historia.  La historia cristiana del perdón y de la libertad.  El que se quita al «yo» y se busca el «nosotros», ese tendrá lugar en el Reino de Dios.

Publicado en El Observador de la Actualidad