Agresiones y regresiones

Esta semana, al igual que la anterior, he tenido que caminar por las calles de Querétaro. Un percance en mi coche me obligó andar a pie. Y me he encontrado con un panorama aterrador: Querétaro parece una ciudad bombardeada sin misericordia por docenas de regimientos de infantería.

Yo sé que los lectores de a pie musitarán para sus adentros: qué novedades trae este hombre… Pero es que hasta que no lo vuelves a vivir (fui peatón por años en el DF, en Madrid, en Roma, aquí mismo, en Querétaro) no te alcanzas a dar cuenta del horror que significan los registros de la CFE abiertos, los hoyos porque alguna compañía de gas se olvidó de rellenar la salida de sus ductos, las banquetas en las que se te quedan los zapatos arrugados de tanto pegar con picos de acero mal doblados, pequeños barrancos, sinuosos bordes malhechos, raíces de árboles que irrumpen a la mitad de la acera…

En la junta del Consejo de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos —ese apéndice de la iglesia católica, según algunos agudos periodistas queretanos han dado en llamar— comenté con la consejera Luz Mariana Castillo, que vive en condiciones especiales, mi admiración por el heroísmo de cualquiera que tenga que desplazarse en silla de ruedas en el primer cuadro de una ciudad que se pavonea con la responsabilidad que le atribuyó la UNESCO, durante el trienio inacabado del priísta Jesús Rodríguez Hernández: patrimonio cultural de la humanidad. ¿Cómo puede serlo si discrimina y descuida a lo más precioso de su población?

No me meto en la moda chirriante y bestial de las tiendas de tatuajes, calzones de mujer, perfumes piratas, gorditas de migajas y teléfonos celulares. No hay reglamento que les impida anunciar impúdicamente un sostén anaranjado o unos bonitos bóxers de caballero estampados en morado, lila y gris rata con aplicaciones de hollín. Tampoco levantaré la voz contra la preciosa música de afamadas bandas norteñas, que sería tan sólo espantosa si le bajaran unos pocos decibeles. Eso es pecado menor, parte del decorado de gente que necesita ganarse la vida en un lugar a quien nadie que debería cuidarlo, lo cuida.

Me quedo, tan sólo, con el nivel cero de accesibilidad del que gozan nuestros hermanos con necesidades especiales. A ellos sí que no les ha hecho justicia ni la Revolución ni la posmodernidad. Están fuera de todo. Y luego nos asombra el hecho de que el medallero de los Juegos Paralímpicos Londres 2012, que se celebraron después de los Olímpicos, esté plagado de mexicanas y mexicanos (entre ellas y ellos, dos de nuestros atletas queretanos). ¿Cómo no iba a estarlo si no necesitan entrenarse? Con sólo cruzar Corregidora tienen una intensa jornada de preparación que los pone entre los atletas de élite de todo el mundo.

Fuera de broma, lo que estamos dejando de hacer con el patrimonio cultural de la humanidad está a punto de colapsarlo. El abismo comienza cuando se vulnera la dignidad del más débil. Al menos en las cuadras que he estado caminando estos días de septiembre, la dignidad de los que, genérica y malamente nos referimos como “discapacitados”, está siendo pisoteada entre cáscaras de mangos y socavones que construyeron los últimos cinco intentos millonarios del cableado subterráneo.

El respeto a los derechos humanos es el respeto inicial a los derechos de los más débiles. Nada puede florecer si se marchitan en un poste de luz del que solamente construyeron la base.

Publicado en el periódico El Universal Querétaro