La religión en México se ha hecho poesía

El mexicano, desde la antigüedad prehispánica hasta nuestros días, es un ser esencialmente religioso. No quiero decir «practicante», sino religioso en el universo amplio de la palabra: un ser prendado de los misterios de la vida y de la muerte; más de la muerte que de la vida.

Admiración, asombro, vértigo (que son los atributos del acercamiento a la Trinidad cristiana, según Eugenio Trías) viven, constantemente, en la conciencia de quienes hemos nacido en este pedazo de tierra de la América del Norte. En unos más, en otros no tanto, pero solamente en un porcentaje raquítico de la población no existe esa conmoción por el inacabamiento del ser que supone el sentido religioso. Muy pocos y quizá, de esos pocos, muchos sean guadalupanos…

«La religión en México no es cosa del pasado», escribe Agustín Basave Fernández del Valle, quien agrega: «No confundamos la historia de nuestros gobiernos con la historia profunda (subyacente) de nuestro pasado. Por sobre todas las etapas de la religión en México, está la religiosidad del mexicano, que es el atributo esencial de su mexicanidad. Dios es nuestra razón de y para vivir». Dios es una cercanía constitutiva del ser mexicano que un par de siglos de completo adoctrinamiento no han logrado oscurecer.

REFRANES SOBRE DIOS

En su Refranero Mexicano, Héctor Pérez Martínez destaca hasta 25 refranes mexicanos con la presencia de «Dios»; más que ningún otro nombre propio en este arte popular del que somos tan duchos. Solamente «caballo» y «mujer» superan a «Dios» en la frecuencia de entradas del refranero compilado por Pérez Martínez.

Quizá haya mucho de fachada, de tradición, de barniz, de maquillaje. Miércoles de Ceniza, Día de Muertos, 12 de diciembre, Navidad, Corpus Christi, las festividades del santo patrono de la ciudad, del barrio, del gremio, de la cofradía, son las fechas señaladas por «el calendario emocional» de los mexicanos para sacar a relucir un fervor que muchas ocasiones comienza y termina en el propio día del acontecimiento. Pero, ¿nada más? Ésa es la tesis de muchos sociólogos de la cultura: que la religiosidad mexicana es de sentimiento, de jolgorio, de «judas» tronando en la plaza central el Sábado de Gloria; de charamuscas, espliego, obleas y aguas de chía el Viernes de Dolores.

En caso de que solamente habitara una sensación de festividad pasajera en la vida interior de los mexicanos, no habría poesía religiosa. Y es necesario, además de enseñar que sí la hay, mostrar que es de excelente calidad, densa en el tremor por lo divino, leal en el dolor de la existencia inacabada, terrestre y vital, humanísima, en la búsqueda de Dios con la palabra, con la imagen, con el ritmo, con el metro…

UN GRAN LOGRO HUMANO

Dicho de otra manera: los mexicanos hemos hablado con Dios en náhuatl, en maya, en más de 50 lenguas que hoy todavía subsisten entre los 10 millones de indígenas que siguen poblando el país y, naturalmente, en castellano. Y lo hemos hecho con mayor intensidad que ningún otro pueblo, incluyendo España.

Sé que mi hipótesis es temeraria. Pero me parece justa.

En efecto, como afirman Jaime E. Rodríguez y Colin M. MacLachlan en su libro Hacia el ser histórico de México, «la historia de la Nueva España representa un notable logro humano sin paralelo en otras partes del mundo». Ese «logro» lo fue de manera conjunta por la religión católica y por el idioma español que conformaron «la sólida base en que se fincó el nuevo país». Entonces, la poesía religiosa mexicana –con el indudable aporte de los pueblos y culturas indígenas habitantes de la superficie que luego fue la Nueva España—es la poesía religiosa más honda de todas.

Porque «la fragua de las cuatro razas que confluyeron en la Nueva España para el nacimiento de un solo pueblo y creación de una cultura y una sociedad mestizas, representó un proceso, no un hecho, que abarcó toda la historia del México colonial». Y lo sigue abarcando en el fluir de la sangre de los mexicanos. Prueba de ello es que los siglos de la independencia han sido los más fecundos en la poesía y en la poesía religiosa.

SI LA RELIGIÓN FUERA…

En su discurso de recepción como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (11 de julio de 1953), don Antonio Castro Leal tocó el tema de la importancia de la poesía religiosa en el desarrollo literario mexicano independiente:

No hay duda de que ha cobrado en México, y en todo el mundo, un mayor impulso que acaso se deba a que la religión, asediada en todas partes por nuevos credos y doctrinas enemigas, ha tenido que robustecerse para sobrevivir, y a que, paralelamente a este movimiento, se ha realizado una renovación de la expresión cuya principal característica ha sido un nuevo florecimiento de la poesía.

Si la religión católica fuera para los mexicanos una cosa acabada, un viejo recuerdo de familia, un vejestorio que servía a los curas para espantar quinceañeras, o a las abuelitas para motivar a sus nietas casaderas a, mejor, ir al convento (¿por qué se cree hoy que la religión es «asunto de mujeres»?), la poesía religiosa no hubiera florecido tras habernos quitado de encima a los españoles. Y floreció.

 


Pequeña antología de A Corazón Abierto
Ante Jesús crucificado
Fray Miguel de Guevara O.S.A. (¿1585?-¿1645?)

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No tiene que me dar por que te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Tomado de Salvador Novo (Selección y nota preliminar) Mil y un sonetos mexicanos. Editorial Porrúa. Colección “Sepan cuántos…”. Número 18. 6ª Edición. México. 1995. P. 169

 


Canto final de “El divino Narciso”
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

¡Canta, lengua, del Cuerpo glorioso
el alto Misterio, que por precio digno
del Mundo Se nos dio, siendo Fruto
Real, generoso del Vientre más limpio!

Veneremos con gran Sacramento,
y al Nuevo Misterio cedan los Antiguos,
supliendo de la Fe los afectos
todos los defectos que hay en los sentidos.

¡Gloria, honra, bendición y alabanza
grandeza y virtud al Padre y al Hijo
se dé; y al Amor que de Ambos procede,
igual alabanza Le demos rendidos!

Tomado de Obras Completas (“Autos y loas”) de Sor Juana Inés de la Cruz. Tomo III. Edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte. Instituto Mexiquense de Cultura-Fondo de Cultura Económica. Biblioteca Americana. Serie de Literatura Colonial. 4ª Reimpresión. México. 2001. PP. 96-97

 


Soneto
José Joaquín Fernández de Lizardi (1776 – 1827)

Bendita seas, sagrada Aurora hermosa;
bendita seas, del Padre hija divina;
bendita seas, del Hijo madre divina;
bendita seas, del Paracleto esposa;
bendita seas, Ester siempre piadosa,
por quien el sacro Asuero el cetro inclina;
bendita seas, Judit amable, fina,
que libras a tu pueblo generosa;
aplaca, madre tierra, los enojos
de tu Hijo sacrosanto la ira insana
y la discordia cruel queden despojos
de tu gran protección, bella serrana.

Envía la paz, Criollita de mis ojos,
envía la paz, Ester Guadalupana.

Tomado de Joaquín Antonio Peñalosa. Flor y canto de poesía guadalupana, siglo XIX. Editorial Jus. México. 1985. P. 14

 


El fantasma
Salvador Díaz Mirón (1853-1928)
Diciembre de 1893

Blancas y finas y en el manto apenas
visibles, y con aire de azucenas,
las manos –que no rompen mis cadena.

Azules y con oro enarenados,
como las noches limpias de nublados,
los ojos –que contemplan mis pecados.

Como albo pecho de paloma el cuello,
y como crin de sol barba y cabello,
y como plata el pie descalzo y bello.

Dulce y triste la faz, la veste zarca…
Así, del mal sobre la inmensa charca
Jesús vino a mi unción como a la barca.

Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
con fugaz cuanto rica certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.

Y suele retornar y me reintegra
la fe que salva y la ilusión que alegra,
y un relámpago enciende mi alma negra.

Tomado de Salvador Díaz Mirón. La giganta y otros poemas. Fondo de Cultura Económica-Secretaría de Educación Pública. Lecturas Mexicanas. Número 58. México. 1984. PP. 128-129


 

Ciego Dios
Alfredo R, Placencia (1875-1930)

Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.
Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes.
Dices que quien tal hizo estaba ciego.
No lo digas; eso es un desatino.
¿Cómo es que dio con el camino luego
si los ciegos no dan con el camino…?
Convén mejor en que ni ciego era,
ni fue la causa de tu afrenta suya.
¡Qué maldad, ni que error, ni qué ceguera…!
Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya.
¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,
Que me llamas y corro y nunca llego…!
Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,
ciégueme a mí también, quiero estar ciego.

Tomado de Alfredo R. Placencia. Ciego Dios. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirección General de Publicaciones. Lecturas Mexicanas. Tercera Serie. Número 9. México. 1990. P. 24

 


Job
Concha Urquiza (1910-1945)
19 de Julio, 1937
“Y vino y puso cerco a mi morada
y abrió por medio della gran carrera”.
Fray Luis de León (Trad. Del Libro de Job)

Él fue quien vino en soledad callada,
y moviendo sus huestes al acecho
puso lazo a mis pies, fuego a mi techo
y cerco a mi ciudad amurallada.

Como lluvia en el monte desatada
sus saetas bajaron a mi pecho;
Él mató los amores en mi lecho
y cubrió de tinieblas mi morada.

Trocó la blanda risa en triste duelo,
convirtió los deleites en despojos,
ensordeció mi voz, ligó mi vuelo,
hirió la tierra, la ciñó de abrojos,
y no dejó encendida bajo el cielo
más que la obscura lumbre de sus ojos.

Tomado de Concha Urquiza. Poesías y prosas. Ediciones El Estudiante. Guadalajara. 2ª edición. 1971. P. 11