Pegarle a la Iglesia

Es el recurso más usado por los líderes políticos en vías de llegar a un hueso o los intelectuales deseosos de vender libros, dictar cátedras, aparecer como progres. Lo hacen desde cualquier ángulo, por cualquier cosa. Pegarle a la Iglesia se ha convertido en deporte mundial. Pero en América Latina y en México tal deporte se ha convertido en pasión: no hay día del Señor que dejemos de escuchar la cháchara repelente de quienes ven la paja en el ojo ajeno. En este caso, de quienes ven en la Iglesia el origen de todos los males de la nación, de la humanidad, del barrio.

Como el ¿historiador? Francisco Martín Moreno. Como el comandante Chávez (por quien la Iglesia católica ha sido la primera en pedir para que sane del cáncer que padece); como el escritor Vallejo o el científico Hawking. A diario, en los diarios, leemos artículos, reportajes, conferencias, reseñas de libros y declaraciones «tronantes» contra la Iglesia, en especial contra los sacerdotes. En la jerga de los ataques, al sacerdote se le llama «cura»; a los obispos «jerarcas», a los laicos «rebaño» y a los fieles «beatos (as)». Los sacerdotes son «pederastas», los obispos y el Papa son «encubridores», los laicos son «borregos» y los fieles «engañados».

Curiosamente, los fieles no asistimos a Misa, pues siempre las notas dicen que vamos a «la homilía». No damos limosna sino «diezmo» y no acudimos a una celebración eucarística sino «al templo» (como si el público de futbol fuera solamente al estadio, no a ver el juego). Y cuando se ponen filósofos o entendidos, nos recetan uno de los estribillos más mal entendidos de la historia del periodismo: la sublime frase de Jesús de «dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», como sinónimo de que nos larguemos de la vida pública, que ese espacio (hay que ver lo tolerantes que son los «tolerantes») no nos pertenece; que el único lugar donde podemos estar a gusto es en la sacristía, o en la casa parroquial, remojando conchas con chocolate. Son tan insistentes que terminamos comprando su versión de los hechos.

Por eso es tan necesaria la prensa católica, los medios en la Iglesia, y el apoyo de los fieles a estos medios. Porque son los espacios que tenemos para oponernos a esta jerigonza que tanto daño le hace a la Iglesia y, desde luego, a la paz.