México cojo

El Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2010 que presenta cada dos años una organización amiga de El Observador (amiga y patrocinadora de nuestra conversión en franquicia), la agencia internacional alemana Ayuda a la Iglesia Necesitada, arroja un dato sobrecogedor: hoy mismo, siglo XXI de la era cristiana, habiendo pasado multitud de guerras y de acontecimientos infaustos, cuando la civilización supone la tolerancia y el entendimiento de la dignidad de la persona humana y su derecho a la libertad religiosa, hay 200 millones de cristianos perseguidos en el mundo.

Otro dato, ojo para nosotros los mexicanos: hay 150 millones de cristianos discriminados por expresar su religión.  Discriminados quiere decir eso: hechos a un lado, mutilados en un derecho humano fundamental como lo es el derecho a expresar, libremente, en público y en privado su creencia religiosa.  Si un político o un escritor (o un periodista) expresa en público, en nuestro país, que es católico, de inmediato se le cae el mundo encima, como si expresara que tiene SIDA y va a seguir siendo promiscuo.  Como un aluvión se le echan los perros de caza del laicismo a la yugular.  Hay que aguantar el tipo.  Y, sobre todo, permanecer firmes en la fe.  Pero, ¿no se supone que en México ya acabó la persecución en 1929, con los “arreglos” Iglesia-Estado que dieron fin a la guerra cristera?

Como tantas otras cuestiones en el país de la simulación, nada más se supone.  Porque no está ni bien visto y puede ser causa de denuncia penal el que un obispo o un sacerdote,  opine en materia política, escriba algo que contravenga el “orden sagrado del Estado laico” o, simplemente, exprese el pensamiento de la Iglesia católica en torno al (mal llamado) “matrimonio homosexual”.  Cierto: no es lo mismo, como en Arabia Saudita, Bangladesh, Egipto, India, China, Uzbekistán, Eritrea, Nigeria, Vietnam, Yemen o Corea del Norte, los mayores violadores de la libertad religiosa de la actualidad mundial, donde decirte cristiano es decirte reo de muerte, que en México, donde la mayoría católica está condenada al ostracismo por la minoría que tiene pactos con lo oscuro.  Allá matan, aquí no dejan vivir.  No es lo mismo, pero, a la larga, es igual: el respeto de los derechos humanos esenciales para ser personas, está allá muerto, aquí anda cojito.