Mariano Azuela: la aventura de ser católico y presidente de la Suprema Corte

Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y católico es una mezcla poco común, al menos muy rara en México. En la historia reciente del país un hombre encarna esta combinación: Mariano Azuela Güitrón.

Entrevista con este ministro y ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de México, destacado jurista y, sobre todo, católico comprometido.

Julián Marías decía, como filósofo, que la máxima abominación social del siglo XX era la aceptación social del aborto. ¿Estaría usted de acuerdo con esta tesis?

«Esta frase es completamente apegada a la verdad. Se ha pretendido presentar el tema de la defensa de la vida como algo relacionado con la Iglesia católica. Con esto se pretende ocultar que pertenece a la naturaleza misma del hombre. Te pongo un ejemplo: desde el ángulo jurídico, si analizamos la constitución de 1917 no hay una definición de qué se entiende por respeto a la vida. Pero en ese momento no se requería; si una mujer estaba embarazada, al comunicárselo al marido éste no cuestionaba: ¿Allí habrá vida? La fuerza de los principios naturales que se reflejan en el derecho natural responde al entendimiento de cualquier ser humano que razone con tranquilidad y buena fe. Julián Marías pone el dedo en la llaga: ¿Cómo es posible que consintamos la eliminación de un ser humano en el momento que sea?».

¿Cuál fue su postura en el fallo de la Suprema Corte de Justicia sobre la constitucionalidad de la ley pro aborto aprobada en la Ciudad de México?

« La Suprema Corte no dijo que el aborto está bien, sino que despenalizarlo no era anticonstitucional. Aquí  es donde surge la interpretación del derecho a la vida. En ese momento se había modificado el artículo 14 de la Constitución. Eso parecía llevar a la conclusión de que la vida ya no se defendía. Sin embargo, el artículo debe interpretarse en razón de los motivos para suprimir la palabra ‘vida’. La razón fue eliminar la pena de muerte que aún se contemplaba en las leyes militares. En consonancia con acuerdos internacionales se llegó a la conclusión de que en una sociedad civilizada no puede existir la eliminación de una vida humana ni siquiera sustentada en un precepto legal. Por eso mi postura jurídica es que sí hay elementos para hablar de una inconstitucionalidad del aborto.

«Nuestra posición fue en el sentido de que esa vida debe protegerse y no se puede usar como pretexto el derecho de la mujer a su libertad sexual, porque, aun suponiendo que se diera el conflicto de derechos, nunca puede favorecerse uno a costa del otro; se deben encontrar las fórmulas que nos permiten llevar a buen fin los dos».

¿La defensa de la vida es un problema constitucional?

«No, el problema es que los legisladores de una determinada comunidad legislen en coherencia  con los derechos del ser humano. Por encima de lo que digan las leyes, se debe trabajar para que esos derechos se respeten. Cuando al legislador se le ocurre alguna disposición que contradice el derecho a la vida,  basta simplemente con que la comunidad realice acciones para salvaguardar la vida. Te pongo un ejemplo: en una clase de secundaría sería conveniente hacer conscientes a los adolescentes de las consecuencias de una vida sexual desordenada; con esto, aun cuando haya una ‘autorización’ para abortar, los individuos así formados nunca recurrirán a ella».

¿Cómo lograr una sociedad consciente de sus derechos y deberes?

«Cuando más de la mitad de los estados tienen aprobadas en sus constituciones locales la defensa de la vida, esto habla de que no puede modificarse la constitución federal. Sin embargo, la democracia es dinámica por lo que puede ser que aumente el número de estados, pero también el riesgo de que, al cambiar las legislaturas, se puedan eliminar las reformas hechas. He aquí la importancia de cuidar el perfil de los que llegan a ser diputados; deben ser personas que sean conscientes del derecho a la vida para evitar retrocesos. Necesitamos participar políticamente para que los valores considerados fundamentales sean respetados en las constituciones políticas locales y en la federal. Pues si nosotros no hablamos y decidimos, otros lo harán por nosotros».

¿Cómo se concilia ser presidente de la Suprema Corte y católico?

«No es sencillo, por varios factores. La Suprema Corte es un órgano colegiado y quien lo preside debe tener en cuenta dos cuestiones: que su voto pesa exactamente como el de los otros y que, al ser designado como presidente, se deben conjugar el individuo Mariano Azuela y la institución que representa, y en este ejercicio hay que ser muy prudentes; por ejemplo, tengo el gusto de estar muy unido a la comunidad religiosa fundada por Teresa de Calcuta. Incluso traté con ella varias veces. Cuando fue su beatificación, mi esposa me propuso ir, pero me negué pues en ese entonces era Presidente de la Suprema Corte, es decir yo representaba a una institución, eso me impidió asistir. Pero, por otro lado, nadie me impedía llevar mi vida religiosa».

Lo he leído y me gusta que usted no es de los católicos quejumbrosos.

«Mira, yo soy lector de Martín Descalzo. Él fue un hombre que vivió con alegría su catolicismo. Mencionaba que en la vida tenemos momentos de alegría y de tristeza, pero todo tiene un sentido. Incluso las persecuciones son momentos riquísimos, pues cuanto más se quiere oprimir la fe, con mayor fuerza brota. El fruto ahí lo vemos: tenemos muchos santos cristeros.

Para ser político y católico en América se requiere un doble gran esfuerzo, decía Juan Pablo II

«Esto tendría razón si uno se inmiscuye en las situaciones de confrontación que históricamente se han dado. En México, en algún momento, se prohibió la educación católica. Después la educación cívica, con lo cual las nuevas generaciones crecieron en una orfandad en cuanto a valores. Estas disposiciones legales generaban un rechazo a lo católico y luego algunos católicos pagaban con la misma moneda del odio hacia los laicistas, cuando en realidad la caridad no tiene límites».

En su formación como católico, ¿qué papel ha jugado su madre?

«Todavía vive y tiene 101 años de edad. Cuando éramos pequeños nos reunía a los hermanos y nos decía: esta Semana Santa no vamos a comer golosinas para pedir por la conversión de su papá. Era involucrarnos en una dinámica espiritual impresionante. Atribuyo mi entusiasmo de católico a esas situaciones: a tener un padre que no daba testimonio de católico. Cuando hice la primera comunión mi padre no estaba; imagínate la emoción cuando anuncia que asistirá a unos ejercicios espirituales. Cuando mi madre nos reúne debajo de un árbol, graba en el tronco la fecha y nos dice, hoy su padre se ha convertido. Yo me sentía parte de eso, de cómo uno es instrumento de Dios. Esto lleva a vivir con alegría el catolicismo».

Parece que el mundo quiere convertir a la mujer en un segundo hombre, despojándola de la profundidad que le es propia

«Yo tengo seis hijas. Realizan sus actividades profesionales en diferentes grados y está muy bien, pero es un error pretender que la mujer deje de ser esposa y madre: esta es una realización plena. Se insiste tanto en que la mujer debe salir a la  vida profesional que parece se minusvalora a la mujer que se siente plenamente realizada como madre y esposa. Se deben conjugar los valores y no por querer exaltar la vida profesional se deseche el papel de madre».

Como católico, ¿cuáles han sido las experiencias más intensas de su vida?

«Una vez me preguntaron cuál había sido uno de los momentos más significativos de mi vida, y sin dudar, dije: Mi primera comunión. Mucha gente se sorprende, pero recibirla, para mí, fue algo grande. Ese día mi traje no estuvo a tiempo y, al sacarnos la foto del recuerdo, me tuvieron que poner atrás con un saco prestado que me quedaba grande. La fiesta fue en casa de mi abuela: un desayuno sencillo, sin mi padre, pero todo eso me hizo darme cuenta de que no tiene tanta importancia la fiesta material que rodea una comunión, sino el hecho sobrenatural de recibir el cuerpo de Cristo. Duré varias semanas haciendo mi cama, ayudando a poner la mesa, es decir, realizando acciones que representaran mi compromiso por el regalo que había recibido».