Veinticuatro horas en la vida de un monje

Haciendo eco al famoso libro Veinticuatro horas en la vida de una mujer, del escritor austriaco Stefan Zwieg, el prior de la abadía francesa de Ligugé, Jean-Pierre Longeat, narra en este libro lo que sucede en la jornada cotidiana de un monje y pone énfasis en lo que hay detrás de ella, es decir, en la teología del monacato, de la vida contemplativa, del camino perfecto hacia la santidad.

Ante la acelerada y vertiginosa pérdida del valor del silencio, de la humildad, de la obediencia y de la oración, así como de la vida en comunidad en el mundo moderno, un monasterio —sea masculino o femenino— es un gran faro de esperanza.  Los monjes y las monjas de clausura no solamente santifican sus vidas en el amor a Dios; también sostienen la marcha de la humanidad, rezando por todos.  Una vida fascinante, despreciada por la gran prensa, pero cada día más necesaria para recuperar el sentido de la vida 

Una jornada extenuante

La oración, el trabajo y la lectura forman el trípode que sostiene al monacato. Se trata de una experiencia única entre las que conforman la vida de los hombres. Solamente la fe puede hacer estos milagros vivientes.  Una jornada extenuante, con poco sueño, con mucho trabajo y con oración constante. «A pesar de que los monjes permanecen relativamente activos, todas sus acciones están al servicio del proyecto comunitario», escribe el prior Longeat. Y agrega: «(Los monjes) No buscan su propio interés ni su satisfacción inmediata, sino que ponen todo su empeño y determinación en el logro de la misión sagrada».

Para los monjes (y, en extensión, las monjas) de clausura, la oración, el trabajo y el recogimiento individual están orientados siempre hacia un mismo fin: la búsqueda de Dios en medio del mundo, «hasta el punto que podría decirse que su vida constituye un auténtico laboratorio del misterio humano». Un misterio que tiene que ver con el vencimiento de las tentaciones (sobre todo la del «demonio del mediodía», cuando a un monje le ataca el sinsentido de su actividad) y el dominio del complejo mundo de las pasiones. «El trabajo sobre las pasiones es un aspecto fundamental de la vida ‘activa’ del monje que le permite contemplar la pureza del corazón y vivir la unión de amor con Dios y el prójimo, lo cual constituye el objetivo último de la vida humana».
 
Vivir una vida buena

Obediencia, humildad y silencio tienen una importancia fundamental en la vida monacal, sobre todo porque «la vida monástica sólo aspira a valorar el mensaje de Cristo». ¿Cómo valorar tan grande mensaje? Viviendo en comunidad.  Es ahí donde «los monjes testifican claramente la posibilidad de una relación interpersonal que es, al mismo tiempo, un camino espiritual». Vivir con los hermanos y atendiendo a Dios, escuchando su Voluntad, haciendo camino por el bien, es un ideal perfectamente cumplible. Tanto así que los monasterios se han convertido en lugares de visita frecuente por parte de muchas personas, desde ejecutivos y empresarios hasta políticos y hombres y mujeres, que quieren reencontrar sus raíces. Porque en la raíz de todo está Dios.

Muchos preguntan por el secreto de esta felicidad. Quizá pueda resumirse en la humildad. «La humildad bien entendida permite crecer en el verdadero amor en el núcleo de las relaciones, en las que triunfa esta libertad interior que permite llegar a lo más profundo de la experiencia», escribe el prior Longeat. Más adelante resume: «Lo esencial de la tesis monástica es que el corazón del monje permanezca limpio para que sus acciones se atengan a Dios». 

PRIOR JEAN-PIERRE LONGEAT.  Veinticuatro horas en la vida de un monje.  Kairós, Barcelona, 2008.